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La fábula del jinete y el elefante Como toda buena historia, empieza con un… Había una vez una cría de elefante muy pequeña, muy pequeña. Era tan diminuta, que todo le daba miedo. Sólo se acercaba a aquello que le daba placer: la comida, el calor del sol, la protección de otro elefante… Su vida era solitaria y muy básica, como su comportamiento binario. Sin embargo, a medida que iba creciendo, se fue relacionando con otras crías con las que desarrolló sentimientos como la envidia, el cariño o la euforia. Un día, se encontró a un bebé humano que adoptó y subió a sus lomos. Al principio, el bebé se sostenía a duras penas; pero, con el paso del tiempo, consiguió mantener el equilibrio agarrándose a las orejas del elefante. Algo que no sabía el nuevo jinete era que, si daba pequeños tirones, lo podía dirigir. Cabe decir que este descubrimiento fue un incordio para el elefante, que estaba acostumbrado a lidiar - a su manera – con cualquier sentimiento negativo que sintiera. Lejos de que esto fuera a peor, la relación con el jinete y el elefante fue simbiótica. La perseverancia del jinete consiguió conducirlo por senderos lúgubres, en los que no había comida, ni agua; eran fríos o tediosos. En algún momento, el elefante volvía a sus andadas - durmiéndose en cualquier rincón o desviándose del sendero por miedo. Pero, juntos, llegaron a praderas más verdes, con más comida y con otros elefantes que se cuidaban entre sí. Juntos, eran más. Fin Qué, ¿cómo te quedas? Querías descansar un rato entre tanto estudio y te encuentras con un cuento infantil. Pues, lo creas o no, así es cómo se creó nuestro cerebro. Empezamos siendo seres que reaccionábamos ante estímulos (comida, pH, posibles parejas…) en base a nuestras necesidades (hambre, integridad física, reproducción…) y evolucionamos hasta poder responder a estos impulsos. Dicho de otra forma, ganamos control sobre estas pulsiones mediante la inhibición. Haciendo alusión a la fábula, el elefante es el cerebro primitivo y, el jinete, el cerebro que lo controla. Esta división es prácticamente física, siendo la Corteza Prefrontal (CPF) la encargada de la función ejecutiva – o sea, inhibirnos – y la estructura subcortical la encargada de sentir y responder. Puede parecer poco, pero ser capaces de frenar nuestra conducta para obtener una recompensa posterior nos permitió separarnos del presente para escoger un posible mejor futuro. No hay nada seguro, pero decidimos intercambiar la incertidumbre por una promesa. Por ejemplo, si alguien de nuestra comunidad tiene un objeto - y este objeto nos gusta mucho – de normal no lo cogeremos. ¿Por qué? Porque preferimos pertenecer a un grupo que nos protege a que nos excluyan por ser un/a ladrón/a. En el caso de los estudios pasa lo mismo. Dejas de hacer una actividad que te gusta ahora para estudiar y obtener un título, un mejor salario, aprender conceptos nuevos, ser un/a mejor profesional, etc. en un futuro. Esta capacidad significa que, además de inhibir, aprendimos a categorizar las recompensas en función del valor que nos aportan y las comparamos con el esfuerzo que requieren. Existe un área en el cerebro encargada justamente de esto, denominada Corteza Cingulada Anterior (CCA), que constantemente revisa el ratio Recompensa/Esfuerzo. En el momento que se tuerce hacia el lado del esfuerzo, el valor de esa actividad empieza a disminuir. Lo que sentimos como fatiga no es más que nuestro cerebro decidiendo que el valor de esa actividad no compensa el esfuerzo que requiere. Es por esto que hay actividades que podemos hacer sin sentir fatiga, como leer, jugar a videojuegos o cotillear por las RRSS. Si la actividad nos recompensa gratamente, podemos llegar a perder el sentido del tiempo y entraríamos en lo que se conoce como un estado de flow. Pero, a la que tenemos que hacer algo que no tiene una recompensa inmediata o sabemos que existe otra mejor, perderemos la atención con facilidad. De esto habla el libro “Pensar rápido, pensar despacio” de Daniel Kahneman, en el que describe dos sistemas que conviven en nuestro cerebro: el sistema 1 (quiero hacer) y el sistema 2 (tengo que hacer). Estos dos sistemas entran en conflicto cuando el deber – el jinete – tiene que tirar cada vez más fuerte del placer – el elefante – que ha encontrado otra recompensa mejor/más inmediata. Por ejemplo, sabemos que si estudiamos durante 4 años obtendremos un título que nos permitirá trabajar de lo que queremos, tener un mejor salario, etc. Pero esto es algo que nosotros sabemos; para nuestro cerebro primitivo es una recompensa difusa, poco palpable y prospectiva. Por esta razón, cuando estamos hincando codos, encontraremos otras actividades como comer, ver una serie o mirar por la ventana como una mejor alternativa. Es ahí donde nuestro jinete lucha para volver a centrarnos en los libros e inhibir el impulso de levantarnos. Vale cowboy, dirás, ¿y qué hago con toda esta información? Todo esto te puede ayudar a tomar mejores decisiones. Entender que tu cerebro detecta que hay algo que le está causando un malestar (la disonancia cognitiva entre lo que quiero hacer VS lo que debo hacer), hará que ganes consciencia sobre las recompensas que eliges. Sentir aburrimiento, estrés, hambre, soledad, ansiedad… es completamente normal; pero es la forma en la que lo afrontas lo que te hará sentir mejor a largo plazo. En muchas ocasiones, el hambre puede ser una respuesta mecanizada: tienes estrés = bollería; ruptura amorosa = helado de chocolate; aburrimiento = a ver qué hay en la nevera. Ser capaces de discernir entre lo que sentimos y el origen del que nace es la clave. Ojo, si tienes hambre mientras estudias, te aportará más beneficios una fruta antes que uno de los ejemplos anteriores. El aburrimiento será el exceso de esfuerzo que requiere la actividad actual, y pasaremos a mirar las RRSS, un video de gatitos y procrastinar. Según cómo, es mejor darte una vuelta y bajar la percepción de esfuerzo antes que seguir con ello. Otras veces, es tan simple como cambiar a otra tarea relacionada para refrescar. La ansiedad, el estrés o la soledad siguen el mismo patrón. Podemos tomar medicamentos, infusiones o hablar por whatsapp; pero la recompensa que más beneficiará a tu cerebro será un buen entreno o charlar con un/a amig@. Lo hemos comentado en otras publicaciones: el placer a corto plazo no significa felicidad a largo plazo. Una cosa es el efecto recompensante de algo y la otra es el significado que nosotros creamos sobre esa recompensa. Dicho de otra forma, cualquiera de nosotros tiene a su disposición una gran cantidad de recompensas que no todas contribuirán a alcanzar la felicidad. Un propósito, el contacto físico con otra persona, el ritual de preparase el café por la mañana, la sensación de un buen entreno, etc., serán más relevantes para nuestro cerebro que conseguir likes, reaccionar a un mensaje (?) o comer distraídamente. Pero este tema da para otra publicación ? En resumen, ser capaces de dirigir al elefante que llevamos dentro ya sea con perseverancia, un cambio de actividad o, simplemente, escuchándolo, nos permitirá ganar consciencia sobre nuestros sentimientos y nuestras elecciones. Si quieres ponerlo en práctica y no sabes cómo, puedes contactar con el nutricionista de Resa, Guillem Mayoral, a través del correo electrónico guillem.mayoral@resa.es. Escríbele para agendar una consulta sobre alimentación, descanso o deporte. ¡Ánimo con los exámenes!
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